Más allá de la violencia física, hay muchas maneras de vulnerar la dignidad y la salud de las mujeres. Una de ellas es la violencia sexual, entendida como todo acto de coacción o amenaza que tiene por objetivo que la víctima lleve a cabo una determinada conducta sexual. Este es un fenómeno devastador afecta a millones de personas en todo el mundo, mayoritariamente mujeres y niñas. Además, no solo causa un sufrimiento físico y emocional inmenso, sino que también perpetúa desigualdades de género y afecta negativamente a la sociedad, estigmatizando a las víctimas y normalizando comportamientos que no deben de legitimarse.
La violencia sexual se manifiesta de distintas formas, entre las que destacan:
- Violación: consiste en acceder al cuerpo de la víctima, sin consentimiento, y empleando el uso de la violencia directa como forma de llegar a la actividad sexual.
- Abuso sexual: cualquier acción que obliga a la víctima a llevar a cabo actividades sexuales que no quiere realizar o mantener. Es decir, la persona agresora asume la libertad de acceder al cuerpo de otra persona sin el consentimiento de esta, y no hay una autorización de la actividad sexual por una de las partes.
- Acoso sexual: comportamientos no deseados de naturaleza sexual que crean un ambiente intimidante o degradante, cuyo objetivo es mantener relaciones sexuales con la víctima.
- Explotación sexual: consiste en la utilización de personas en condiciones de vulnerabilidad con fines sexuales mediante coacción, engaño o abuso de poder.
- Trata de personas con fines de explotación sexual: es el acto de reclutar, transportar o recibir a personas utilizando la fuerza, el engaño o abuso de poder, con el propósito de explotarlas sexualmente.
- Abuso sexual infantil: cualquier actividad sexual con un menor que lo/la involucre en actividades sexuales, incluyendo el contacto físico, la exposición a material sexualmente explícito o cualquier forma de explotación sexual
- Violencia sexual en el contexto de conflictos armados y crisis humanitarias: comprende el uso deliberado de la violencia sexual como una estrategia para controlar, intimidar, humillar, desplazar y someter a poblaciones durante situaciones de guerra o crisis humanitaria. Este fenómeno afecta, en su mayoría, a mujeres y niñas en situaciones de vulnerabilidad.
Es importante hacer mención a otras situaciones de violencia sexual que provocan un altísimo número de víctimas a lo largo de los años, como son los matrimonios forzados, la pederastia, mutilación genital femenina, agresiones sexuales a personas con discapacidad, violación en grupo, etc.
Datos
Según la última actualización de la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer (2019), más de 2,8 millones de niñas y mujeres han sufrido violencia sexual en algún momento de su vida, siendo 1.810.948 víctimas de violencia sexual por parte de alguna pareja o expareja. Además, el 86% de ellas afirman que ha sucedido en más de una ocasión.
Se estima que sólo un 21,7% de las mujeres que sufren alguna forma de violencia por parte de sus parejas lo denuncia, y más de la mitad de las que denunciaron declaran que la administración competente de la recepción de la denuncia mostró escaso interés y no se activaron los mecanismos necesarios completamente para resolver su caso.
Con independencia de la aplicación de la violencia sexual en la vida de las mujeres, se estima que aproximadamente 4 mujeres al día son víctimas de una violación en España, según los últimos datos del Ministerio del Interior.
Causas y consecuencias de la violencia sexual
Es fundamental abordar tanto las causas como las consecuencias de la violencia sexual mediante la implementación de políticas integrales de prevención, protección y atención a las víctimas, así como promover cambios culturales y sociales que promuevan la igualdad de género y el respeto por los derechos humanos.
Las raíces de la violencia sexual son complejas y multifacéticas, y se encuentran arraigadas en dinámicas sociales, culturales y políticas. La desigualdad de género, el abuso de poder y la educación sexista, entre otras, son argumentos perfectos que legitiman el acceso a los cuerpos de las víctimas sin contar con su propio deseo y consentimiento, lo que provoca el ejercicio de violencia sexual sobre ellas, muchas veces con impunidad y sin rectificación. Entre las causas más significativas se encuentran:
- Desigualdad de género y discriminación contra las mujeres: en las sociedades donde persisten normas patriarcales y estereotipos de género, las mujeres y las niñas son vistas como inferiores y objeto de control por parte de los hombres. Esta desigualdad de poder hace que se justifique o se normalice la violencia sexual como una forma de mantener el control sobre las mujeres y su sexualidad.
- Cultura de la violación y la impunidad: Creencias y actitudes que toleran, justifican y minimizan la violencia sexual. Los mitos y creencias erróneas sobre las violaciones, como la idea de que las mujeres provocan esas situaciones o merecen violencia sexual por su comportamiento o vestimenta, junto a la falta de sanciones efectivas y mecanismos judiciales que protejan a las víctimas y castiguen a los perpetradores, generan un clima donde se tolera o incluso se alienta a ejercer violencia sexual. Además, para el análisis feminista, la pornografía y la prostitución son el núcleo duro de la cultura de la violación, ya que enseñan a normalizar la violencia sexual.
- Factores económicos: la pobreza, la falta de oportunidades laborales y la dependencia económica, entre otros, aumentan la vulnerabilidad a la violencia sexual. Además, estos factores económicos interactúan con otros sociales, culturales y políticos que suponen un riesgo muy elevado de sufrir violencia sexual y, en muchos casos, no saber cómo salir de esta situación.
- Conflictos armados: los conflictos armados pueden crear condiciones que aumentan el riesgo de violencia sexual y explotación, afectando de manera desproporcionada a mujeres, niñas y niños en todo el mundo. La descomposición del tejido social y legal de los territorios provocan que se use la violencia sexual como una táctica de guerra, un método de control que se utiliza para intimidar, desmoralizar y controlar a la población civil. Las víctimas de violencia sexual en conflictos armados se enfrentan a una estigmatización y exclusión social en sus comunidades, lo que incrementa de forma plausible su trauma tanto físico como psicológico, y dificulta soberanamente su recuperación y reintegración en la sociedad.
Las consecuencias de la violencia sexual son igualmente profundas que sus causas, duraderas y, en multitud de ocasiones, irreversibles. Haber sufrido violencia sexual interfiere disruptivamente en todas las áreas de la vida de la víctima y, a veces incluso en la de su familia. Entre las consecuencias más graves se encuentran:
- A nivel físico: las víctimas pueden sufrir lesiones graves, incluyendo traumas físicos y complicaciones de salud sexual y reproductiva. Se contemplan como secuelas las lesiones provocadas por una agresión, enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, entre otras.
- A nivel emocional y psicológico: la violencia sexual puede provocar trastornos de estrés postraumático, depresión, ansiedad y disminución de la autoestima, entre otros. Estas consecuencias también pueden afectar a las relaciones interpersonales y familiares, el rendimiento académico y laboral, y a la participación en la comunidad. En los casos más graves, las secuelas emocionales llevan a la víctima a emplear contra sí misma conductas autolesivas como forma de calmar el daño emocional sufrido o incluso aparición de la conducta suicida. Del mismo modo, el abuso de sustancias puede ser frecuente, utilizado como forma de aislamiento y para calmar el daño emocional de las víctimas. Además, aparecen frecuentemente sentimientos de culpa y vergüenza: la víctima tiene la falsa creencia de que lo ocurrido lo podía haber evitado si hubiese actuado de una manera distinta.
- A nivel social: la estigmaticación que sufren las víctimas en los distintos puntos del proceso, desde el autoreconocimiento como víctima hasta la resolución, pasando por la necesidad de demostrar los hechos y ser creída, conllevan secuelas a nivel social y familiar desde su círculo de socialización cercano como por la sociedad en su conjunto.
- A nivel legal: la falta de justicia y reparación de las víctimas perpetúa la impunidad de ejercer violencia sexual.
Por otro lado, la violencia sexual puede perpetuar el ciclo de violencia y la revictimización. Las víctimas cuentan con un mayor riesgo de experimentar otras formas de violencia en el futuro, ya sea en forma de violencia de pareja, agresión sexual repetida o violencia en contextos posteriores y en entornos laborales o comunitarios. Esto se debe a las consecuencias y secuelas psicológicas y emocionales que conlleva haber sufrido violencia sexual.
“¿Por qué las víctimas no son capaces de defenderse ante una situación de violencia sexual?”
Esta es una de las preguntas más repetidas a modo de reproche que se realiza a las víctimas de violencia sexual. La respuesta es sencilla: desde el punto de vista psicobiológico, esta conducta tiene una función de supervivencia ante una amenaza de esta índole. En el cerebro humano se encuentra un sensor sumamente potente, conocido como amígdala, que será la alarma interna que avise de que existe una amenaza. Cuando esta alarma se activa, el cuerpo se prepara para hacer frente a esta situación, es decir, existe una preparación de lucha o de huida. Consigo aparece una descarga importante de adrenalina en el organismo, que anticipa la respuesta e inhibe el área cerebral encargado de tomar de tomar decisiones, segregando un altísimo número de sustancias químicas de estrés. Por tanto, la víctima se encuentra en un estado de hiperactivación, con todos sus sistemas de alarma en alerta, dando lugar a la incapacitación total de tomar decisiones, por lo que será el sistema nervioso el que decida de una manera instintiva para fomentar la supervivencia.
Ante amenazas muy graves de pánico, traumas y situaciones de crisis, el cerebro humano se desconecta. Este fenómeno es conocido como disociación, que protege el organismo del dolor emocional y sufrimiento en el momento en el que está sucediendo la agresión, en este caso. En este estado se produce una ausencia relativa de sensaciones, congelación de las emociones o reducción de los movimientos físicos, por lo que las víctimas son incapaces de huir y, en muchas ocasiones, incluso incapaces de mostrar un desacuerdo ante una situación de violencia sexual.
Por otro lado, el cuestionamiento a la víctima de por qué actuó o no una manera determinada, no deja de ser otra señal que otorga impunidad a la violencia sexual, ya que el testimonio de una víctima de violencia sexual siempre es lo suficientemente real como para evitar enjuiciamientos que conlleven una nueva revictimización, con todas las consecuencias que eso supone para ella.
La violencia sexual es una violación grave de los derechos humanos y una manifestación extrema de la desigualdad de género. Para abordar eficazmente la violencia sexual es crucial adoptar un enfoque integral que analice las causas subyacentes y profundice en las consecuencias de este fenómeno. Esto implica educar en igualdad de género, fortalecer el acceso a la justicia y los servicios de apoyo y recuperación para las víctimas, y fomentar una cultura de respeto en todos los niveles de la sociedad. Solo a través de un compromiso colectivo y sostenido se conseguirá erradicar este tipo de violencia contra las mujeres y niñas que provoca consecuencias, en muchos casos, irreversibles y no hace más que acrecentar la injusticia social.