Violencia simbólica y micromachismos

En nuestra sociedad, aún existen sectores de la población que se preguntan cómo es posible que exista la violencia de género, ya que no se entiende la existencia de una violencia dirigida hacia las mujeres exclusivamente por el hecho de serlo en una supuesta sociedad igualitaria. La violencia de género tiene manifestaciones muy variadas, algunas más visibles o más reconocibles que otras, pero todas ellas se sustentan en la más sutil de todas las violencias: la violencia simbólica.

El término violencia simbólica se define como aquella violencia que impone el poder y la autoridad sin utilizar la violencia física, de manera que sus manifestaciones son tan sutiles e imperceptibles que es aceptada y permitida tanto por el abusador como por la persona agredida.

La violencia simbólica contra las mujeres transmite y reproduce la dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer ante el hombre a través de patrones estereotipados, mensajes, conductas, valores, etc. Es decir, la violencia simbólica son todos aquellos patrones socioculturales que promueven y sostienen la desigualdad de género y, por ende, las relaciones de poder sobre las mujeres. Esta desigualdad que sustenta la violencia simbólica contribuye a la construcción colectiva de ciertos patrones de valoración o conducta que legitiman la violencia de género más visible, como las agresiones sexuales, la violencia física o los feminicidios. Así, la violencia simbólica no es solo peligrosa porque esté naturalizada y se sufra en todas las esferas de la vida, sino también porque constituye en sí misma la base sobre la cual se sostienen y reproducen otros tipos de violencias más agresivas, así como minimiza la importancia de otras violencias invisibilizadas, como la violencia psicológica o la violencia económica. En definitiva, la violencia simbólica es el origen normalizado del sistema de dominación estructural de los hombres sobre las mujeres.

Debido a esta normalización de la violencia simbólica, habitualmente no se percibe de manera clara y suele contar con la complicidad no consciente de quien la sufre. Esto sucede porque no se muestra como una realidad violenta, por lo que no se entiende como violencia. Por todo esto, resulta muy difícil de identificar, y su denuncia pública es tratada muchas veces como una exageración. Esto debe ser una señal de alarma, ya que reconocer la violencia simbólica es el punto de partida para desarmar toda la estructura en la que se sustenta la violencia de género, de manera que no se permita que ésta avance hacia formas más graves.

Algunos ejemplos de violencia simbólica son el uso del término “falleció” en lugar de “fue asesinada” para informar sobre los feminicidios en los medios de comunicación; la presunción de que las mujeres deben hacerse cargo del trabajo doméstico y de cuidados; o la asunción de que las mujeres carecen del derecho de ocupar el espacio público de manera segura, sobre todo en horarios de ocio nocturnos, entre otros. Estas son solo algunas de las situaciones que se definen como violencia simbólica claramente normalizada por la sociedad y que aún gran parte de la población no considera que son alertas sobre un abuso contra las mujeres.

Dentro de la violencia simbólica, encontramos que el micromachismo es su forma más sutil. Este concepto hace referencia a la práctica de la violencia sobre las mujeres en la vida cotidiana, que pasa totalmente desapercibida. Nuevamente nos encontramos ante manifestaciones no condenables socialmente en la mayoría de los casos, pero que constituyen un caldo de cultivo perfecto para continuar definiendo de manera patriarcal en lugar que debe de ocupar la mujer respecto del hombre. Un ejemplo de esto es cuando se dice que un hombre “ayuda” a su mujer en las tareas de casa, como si no fuera su responsabilidad exactamente de la misma manera que lo es de ella. Otros micromachismos son la expresión “se te va a pasar el arroz” utilizada exclusivamente hacia las mujeres con intención de que tomen conciencia sobre su edad y la posibilidad de formar «una familia», que el cambiador de bebés esté únicamente en el baño de mujeres asumiendo que las únicas que deben de hacerse cargo del cuidado de menores son ellas, el juicio constante hacia las mujeres por su aspecto antes que por sus acciones, tomar menos en serio las opiniones de una mujer o sugerir la validación de un hombre, entre otros muchos ejemplos que cada día experimentan en primera persona las mujeres y sus entornos.

 

En conclusión, la violencia simbólica y los micromachismos se encuentran completamente naturalizados en la sociedad, por lo que es importante que revisemos nuestras expresiones y conductas para no continuar perpetuando la desigualdad entre mujeres y hombres.

 

 

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